A lo largo de los últimos meses hemos recibido 453,21 cartas pidiéndo un criterio para diferenciar la buena literatura de la mala, la de calidad de la de consumo. Además ha sido detectado cierto resquemor –cuando no cabreo- en algunos lectores acerca del ratio de “prestigio” que (aquí) otorgamos –con base en datos exclusivamente científicos- a sus escritores favoritos. Es cierto que en España hay buenos autores que por razones difíciles de explicar tienen un prestigio bajo. Y, al revés, autores más malos que pegarle a un padre que disfrutan de un reconocimiento y de una reputación que no han merecido nunca. Ahora que ha empezado el curso escolar y en el desempeño de la función didáctica que también tiene este blog, vamos a recurrir a lo escrito recientemente por los “maestros” de aquí -los nuestros- para conocer qué es para ellos la buena literatura. Si ustedes son capaces de leer algunos de estos textos entre líneas, entenderán (o comenzarán a vislumbrar) de dónde vienen ciertos prestigios.
Aviso: Algunas de estas opiniones nos parecen pura erudición y otras simples gilipolleces o meros instrumentos para el autobombo o para la destrucción de la competencia. También -opinamos- hay artículos que son producto de la envidia. Pero no nos vamos a pronunciar. Lean y saquen sus propias conclusiones.
1º.- En 2009, en la revista Letras Libres, (aquí) don Jaume Vallcorba (profesor universitario de Literatura y director de ediciones Acantilado) decía:
La verdad es que se hace muy difícil marcar líneas de división entre las dos desde el exterior, porque lo que puede diferenciar a la literatura de calidad de la de consumo es, en buena medida, la mayor complejidad de la primera respecto de la segunda. Su mayor densidad y pertinencia significativas, así como el juego constante, paralelo al de la música, entre lo reconocible y la sorpresa. Una complejidad de tipo estilístico y retórico, en la que no juega un papel importante la remisión referencial interna hacia la propia tradición.
(…)
Complejidad frente a esquematismo, variedad frente a la uniformización prácticamente obligada de los esquemas que, sin serlo, se pretenden literarios. Riqueza y variedad de recursos técnicos frente a muletillas y recetas. Quizás sea el reconocimiento de las primeras cualidades la única forma de valorar esta “literatura de calidad” de la que hoy hablamos. Pero, como es natural, para que estas complejidad, riqueza y variedad sean tenidas en cuenta por el lector y actúen en él –finalmente el lector es el único capaz de actualizar unas virtudes que en el libro están dormidas o que son, aristotélicamente hablando, simples “potencias”–, deberán ser reconocidas y puestas en acción. Y para esto, sin duda, es del todo necesario el hábito.
2º.- En enero de 2011, Javier Marías en un artículo titulado “Mirar lo inadvertido” (aquí) escribía:
Pero desde hace unos años se reserva el término “literario” para las novelas que antes se llamaban meramente “ambiciosas”. Es decir, para las que no tenían como único propósito el de entretener, sino que, además (una cosa no excluía ni excluye la otra), pretendían que el lector viera y conociera el mundo mejor, que quizá pensara en cuestiones en las que normalmente no piensa, que reparara en aspectos de los que por lo general se hace caso omiso. Looking at the Overlooked, se titulaba un ya viejo libro de Norman Bryson, sobre la pintura de bodegones. Eso es lo que -entre otras cosas- ha hecho la literatura de todos los tiempos, la que ha pervivido, la que aún leemos pese a los años o siglos transcurridos. Mirar lo inadvertido, o lo pasado por alto. Eso hacen Montaigne y Cervantes y Shakespeare, Flaubert y Conrad y Henry James.
3º.-El 24 de junio de 2013, Enrique Vila-Matas en EL PAÍS (aquí):
Es la misma diferencia que creo ver entre un novelista como Brown, que trabaja con la superficialidad del peor periodista, y un escritor de profundidades como Coetzee; tal vez la misma que hay entre el escritor que sabe que en una descripción bien hecha hay algo moral, la voluntad de decir lo que aún no ha sido dicho, mientras que el escritor de best-sellers usa el lenguaje simplemente para obtener un efecto y aplica siempre la misma inmoral fórmula de camuflaje, de engaño al lector. Por suerte aún quedan autores, creo, en los que hay una búsqueda ética precisamente en su lucha por crear nuevas formas.
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4º.- Arturo Pérez-Reverte en ABC, 2010 (aquí):
Decir que lo que lee mucha gente no es buena literatura es como decir que un libro no puede ser bueno si provoca muchas ganas de leerlo. Un escritor de verdad no tiene otra cosa que su artesanía. Y un escritor sin lectores desaparece. La única posibilidad que tiene este artesano es que lo lean. Lo que hay que darle al lector es algo que realmente le interese.
Las tragedias griegas eran el entretenimiento de las masas, ¿no?. A mí la calidad literaria, francamente, me importa un rábano; además, quién juzga quién tiene o no tiene esa «calidad literaria». Yo escribo para contar historias que a la gente le hacen vivir vidas que no han vivido. La calidad literaria es para mí que el lector lea tus páginas y no pueda dejar de leer tu libro. Lo demás son milongas.
5º.- Francisco Nieva en su artículo “Buena literatura mala” (aquí) publicado en LA RAZÓN en noviembre de 2010:
Un día me acerqué a una tata encantadora, joven y vivaracha, que leía con tremenda avidez un libraco de pastas duras. «¿Qué lees?» le pregunté. Ella levantó la vista, como alucinada y me contesto con vehemencia: «Tiene otro tomo». ¿Qué quería decir con aquello? Que su lectura era para ella tan interesante y gratificante que aún tenía un tomo en reserva, para prolongar aquella dicha. Lo que estaba leyendo era un ilustre folletín de dichas y calamidades, era «El cura de Aldea», de Pérez Escrich. Para siempre me conmovió aquella chica, me conmovieron todas esas personas humildes que trabajan y leen con avidez una literatura que se considera menor y muchas veces no lo es. El folletín decimonónico ha sido un gran ornato de la literatura, aunque para muchos de sus adventicios lectores de la clase obrera fueran repeticiones simplificadas y de segunda mano. La más grande literatura narrativa se hubo de publicar en folletines periódicos, en todas las rotativas de la época. Las más impresionantes novelas de Dickens y Balzac. Aparecieron paradigmas de buena literatura popular, como «El judío errante» o «Los misterios de París».
Pero también sucedió algo que, en la actualidad, hace que el folletín y «lo folletinesco» se mencionen con una intención peyorativa. Se convirtió en un negocio editorial, como un servicio lúdico, destinado a las clases más humildes. Y aquel «Cura de aldea» era un refrito simplificado de «Le curé de Tours», de Balzac. Y así se hicieron otros refritos puerilizados y explotadores de lo sentimental y lo horroroso. Hubo editores que lo hicieron con auténtica saña explotadora, y sus publicaciones han servido, luego, de risa y sarcasmo.
Bien es cierto que entre aquellos industriales que se «forraron» figurara Alejandro Dumas, el autor de «Los tres mosqueteros», pero tampoco éste dejó de hacer chapuzas comerciales. Se rodeó de «negros» y publicó su curioso «Viaje a Rusia», donde jamás puso los pies. En suma, la literatura buena y la mala tienen una frontera tan difusa, que hay que andar con mucho cuidado para saber dónde ponemos los pies.
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6º.- Antonio Muñoz Molina en su blog (aquí) el 22 de agosto de 2013:
Cada vez admiro más a Galdós. Después de Cervantes es el novelista más experimental de nuestra literatura. En “La desheredada”, que es la primera de sus grandes novelas contemporáneas, se nota mucho que está tanteando algo nuevo, algo que no ha hecho antes nunca, que no se parece exactamente a lo que ha leído en los novelistas franceses. Casi cada capítulo es un comienzo nuevo, una exploración de registros posibles, como en el Quijote o en “Ulises”, una búsqueda de la mejor manera de contar exactamente aquello que se tiene entre manos, de encontrar la correspondencia más exacta posible entre la materia narrativa y el acto de contar. Hay parodias de discursos políticos, parodias de sermones, apuntes rápidos del natural, resúmenes acelerados de lo que ha sucedido en la política y en la vida de los personajes, debates de una radicalidad extrema sobre las diferencias de clases y la rapiña parásita de los ricos españoles, que viven de explotar crudamente a los más pobres y de lograr contratas fraudulentas de dinero público. Hay monólogos interiores de una torrencialidad y un descaro que no volverán a leerse en literatura hasta que resuene en ella la voz insomne de Molly Bloom. Hay capítulos enteros que son diálogo teatral. Y hay, como en Cervantes, la parodia de un género literario que resulta desbaratado para siempre cuando irrumpe en él la urgencia de lo real. Don Quijote estaba enfermo de novelas de caballerías. Isidora Rufete lo está de folletines sentimentales. Que esta novela no esté en el repertorio de la gran literatura europea es una sinrazón de un calibre equivalente al desconocimiento de Eça de Queiroz fuera de Portugal.
7º.- Alicia Correa Pérez y Arturo Orozco Torre. Del manual Literatura Universal (2004):
La literatura es un arte que presenta los muy diversos sentimientos y pasiones del ser humano, con toda la fuerza y la intensidad que concede el poder de la palabra escrita. La subliteratura, en cambio, está formada de clichés y lugares comunes: las historias se repiten constantemente, pues van dirigidas al sentimentalismo vulgar del lector. La subliteratura está concebida para sectores que no tienen una espiritualidad educada y se conforman con cartabones o modelos reiterativos de elementales historias de amor, por ejemplo. Éstas se caracterizan por un contexto de orden melodramático en el que los personajes aludidos son tipos caracterológicos que no tienen personalidades relevantes, de acuerdo con una verdadera psicología humana. De esta manera, siempre se encuentra la muchacha incauta, la intrigante enemiga, el galán pérfido, el príncipe azul, la madre inquisitiva, la anciana comprensiva y el infortunio general. En la verdadera literatura, las personalidades humanas superan estos esquemas para combinar las muy distintas facetas que conforman o que pueden conformar al ser humano. La historia literaria que en ella se cuenta busca la originalidad y no la repetición infinita de una forma temática. La subliteratura siempre presenta lo mismo: la literatura es original en el tratamiento de sus temas. La subliteratura puede contar una historia de amor, de aventura o, simplemente, cómica, que busca distraer superficialmente al lector poco entrenado; la literatura es un testimonio del hombre y de la sociedad que la produce. La subliteratura es un fácil alimento para el alma humana, en el que no se advierte el seguimiento de las grandes instituciones sociales; la gran literatura siempre nos da el testimonio de la evolución misma de las sociedades con un sentido crítico.
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8º.- Luis Goytisolo, en 2001, en EL PAÍS (aquí). Título del artículo: “La novela como razón social”:
El best seller, en cambio, que normalmente se adscribe también a determinado género o, mejor dicho, subgénero -novela negra, gótica, histórica, rosa, ciencia ficción, reportaje- toma la apariencia externa de novela, como una adaptación natural de la novela a los tiempos que corren. Sólo que no lo es. Por mucho que busque parecerlo, no es una prolongación del género cultivado por Cervantes, Tolstói o Proust. Ni siquiera es propiamente una adaptación del folletín, el ejemplo más clásico de mala novela. El best seller es fundamentalmente un producto más de la moda, un producto equivalente a una superproducción cinematográfica, a un ritmo musical, a un perfume, y hasta a un modelo de coche.
(…)
La confusión entre la figura del novelista y la del autor de best sellers no deja, por otra parte, de ser normal toda vez que los géneros que uno y otro cultivan no forman compartimentos estancos, incomunicados, y que al autor de best sellers le resultará grato sentirse heredero de Dostoievski, Melville, Joyce o Kafka, tanto más cuanto que todo el mundo parece seguirle la corriente.
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